Como Finlandia, uno de los líderes de la educación, Soria es pequeña y la comunicación entre profesor y padres es rápida. Los alumnos que hacen pellas se pueden encontrar en la calle con algún conocido. Es lo malo, o sea lo bueno, de las ciudades no muy grandes.
Otro factor es la inmigración. Aunque en el Antonio Machado el goteo es continuo y llegan jóvenes en cualquier momento del curso, a veces sin conocer el idioma y con un nivel educativo inferior al que debería tener por su edad, el número de inmigrantes es menor que en otras poblaciones españolas y en vez de tirar hacia abajo el nivel, es el grupo con más conocimientos o con más facilidad para aprender el que arrastra a los demás.
A las 12:00 de la mañana, si uno espera guiarse por el ruido de los niños para llegar al colegio, es posible que no lo encuentre nunca. «Están en clase, espérate a que terminen», avisa la directora. Pero tampoco. Los niños cambian de clase siguiendo a su profesor o profesora, con algo de ruido, pero con orden. Es eso lo que manda en el colegio. El orden, la buena organización: la clases no superan los 25 niños, pero muchas veces se dividen en grupos de tan sólo 12; un 40% de las clases se da en inglés, han creado una semana cultural donde se pide la implicación de los padres; el currículum está integrado con el British; tienen cuatro profesores ingleses nativos; llevan a cabo planes metodológicos donde se discute sobre los modelos de dar clase, y en el último curso, los de sexto, planean un viaje a Londres, y en torno a él se dan las materias: desde estudiar los museos, hasta las fracciones para el cambio de moneda. Que se diviertan y que estudien, pero con un objetivo.
Busto del poeta Antonio Machado (izquierda), y entrada principal al instituto (derecha)
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